– La Prensa – Venezuela –
Pido disculpas a mis lectores, a quienes deseo un feliz año nuevo, por reflexionar sobre el carácter abstracto de 2025, que cerrará el primer cuarto de nuestro siglo. Estamos dominados por una cultura wok y lenguaje instantáneo. Pero el problema que nos ocupa es fundamental y tengo que tomarlo en serio con mis limitaciones y errores. No soy un filósofo.
Leyendo a Plotino y observando lo que sucede en Venezuela –detenciones masivas, torturas habituales, desapariciones forzadas, violencia sexual contra niños y adolescentes, según la ONU, y actos de terrorismo de Estado, según la OEA–, es posible concluir que esto ha hecho al presente absoluto o radicalmente malo.
Es la negación, debería decirse, de algo más que el mal o el mal humano, lo que corroe el alma del poeta o del político aprisionado en nuestros cuerpos finitos. El mal se refiere a la maldad de espíritu, a la pasión desenfrenada, se podría decir, o a la relativa privación del bien en el “hombre”. maldad absoluta Implica una separación radical del alma y una fijación completa del todo con la materia informe.
El alma sobrevive a la corrupción del cuerpo, ya que es una emanación del bien supremo que la precede y del que deriva. Todo hombre se acerca a él, huye del mundo sin abandonarlo, dice Platón, elevándose por encima de la virtud; Doblando la materia, repito, que perece, así como su intelecto o potencia razonadora, que constituye el alma del hombre.
Cuando se hace espacio para el mal supremo y éste domina, una Una negación total de los principios de humanidad.. El alma desciende por debajo del mal, la abandona y se vuelve un mal feroz.
Immanuel Kant creía que el mal y el bien coexisten naturalmente en nosotros y que la prudencia nos lleva a excluir uno u otro de nuestra vida. Pero Hannah Arendt, cercana a Plotino y sufriendo su pérdida derechos humanos Bajo el nacionalsocialismo -sólo aquellos que han perdido alguno de ellos conocen los derechos humanos, me repitió Karel Vasak- sostienen firmemente que el mal absoluto o radical es “impunidad” e imperdonable. Es el mal que se diferencia de los Diez Mandamientos, como guía para discernir entre el bien y el mal. El mal absoluto es el Decálogo y la negación de la vida humana, algo oscuro, ideal de oscuridad. Es más que un asesinato o una abominación.
Por lo tanto, el asesinato o la tortura se consideran planificados y generalmente hasta el paroxismo -como ocurrió durante el nazismo y está sucediendo en Venezuela-. Crimen de lesa humanidad. De ahí el mensaje relevante a los gobiernos democráticos y al Vaticano.
Cuando el mal absoluto hace su trabajo, en guerra abierta o bajo “sombras engañosas”, y se convierte en un cuerpo de poder como Venezuela, se encuentra con el mal absoluto considerando la naturaleza radical del mal. diferencia de opinión Lo cual debería resolverse mediante discusión entre personas. El mal absoluto es una inhumanidad absoluta. No debe confundirse, repito, con el mal humano, que se refiere a la sensación con nuestra naturaleza animal inferior. “Quien quiera abrazar y no desprenderse de la belleza física, arrojará no su cuerpo sino su alma al oscuro abismo odiado por la inteligencia”, repite Plotino.
Ahora bien, el origen de la descendencia, un escalón más bajo en el mal humano, hasta convertirse en mal absoluto o radical, en el siglo XXI, según lo veo, se debe a los repetidos intentos de sustitución posmoderna de Dios, Uno y Principio. El bien absoluto, del que procede la inteligencia divina o alma universal, es de parte del hombre.
Aquí juegan un papel central las grandes revoluciones tecnológicas, la inteligencia digital y la artificial, que, eso sí, es función del espíritu humano, de su inteligencia y de su racionalidad. Pero el mismo hombre, ciego, indigestionado, hipnotizado por su logro, que le permite pasar de lo imaginario, a vivir lo virtual, y que le lleva a conocer más que lo inmediato, el plano del no-tiempo, asume ahora a Dios. Se cree Dios y niega a Dios..
No ve los lugares que lo limitan y se libera de lo terrenal para practicar su adamismo y su nomadismo, Inteligencia artificial. El hombre del siglo XXI incluso cree haber alcanzado el infinito de la temporalidad con su vida inmediata, que vence los minutos y las horas inherentes al cuerpo humano y a su biología. Y, aislado del mundo como cree -volvamos a Platón-, pero no para elevarse por encima de la virtud y para renovarse en su perfecta proximidad al Bien Absoluto, elige su repentino descenso bajo el mal. Desprecia los límites de la vida humana y la trascendencia de la humanidad. Así como legaliza el aborto o la eutanasia para acabar con la vida humana, el gobernante de la animalidad tiene licencia para crear vida inteligente alternativa.
Creyendo que Dios es el Adán del presente siglo, lo que sucede en Venezuela, cada vez que puede, encuentra al resto de la humanidad, deshumanizándola, devaluándola. Los ve como cosas, números disponibles.
Lo importante es que quienes piensan que Dios está muerto y que quienes los cubren, están encarnados, crean que eso es cierto. Ellos creen que sí. Las almas de las víctimas se acercaron a una desde el dolor compartido y dieron testimonio del mal supremo. Venezuela renace.
El mal absoluto, como una especie de exorcismo, resulta en cada partícula de luz. Su oscuridad se revela tan débil e irreal como el engaño, ante la restauración del Decálogo, que es la esencia de nuestras antiguas tradiciones judeocristianas e incluso grecolatinas. Los delincuentes saben que son imperdonables. Han renunciado a toda condición humana, única que comprende el significado del castigo y del perdón.
Asdrúbal Aguirre
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