Mi vida laboral me ha alejado bastante del aula. Aunque trato de enseñar por todos los medios.
Elegí estudiar educación en literatura porque me encanta enseñar y me encanta leer. En retrospectiva, solo el salario me parece un error, por lo demás, no me arrepiento. No me arrepiento, fue una buena decisión.
Mi vida laboral me ha alejado bastante del aula. Aunque trato de enseñar por todos los medios. En los últimos años, entre los cargos administrativos y la pandemia, ha sido difícil permanecer en el aula con los estudiantes. Ahora que las reglas se han relajado un poco, recibí una invitación de mi amigo Jeling Chirino para hablar con algunos de los chicos de quinto año. Leían mis poemas y estaban felices de tener un escritor vivo. Alguien con quien hablar sobre lo que lee.
Me gustó la invitación, preparé lo que les iba a decir, calculé lo que me podrían preguntar. Preparé algunos artículos para que los leyeran y me fui feliz y aliviado. Tan feliz que todo el estrés diario se me fue.
Llegué y me saludaron 45 pares de ojos. Durante la presentación del protocolo, me sentí como si fuera objeto de estudio bajo un microscopio. Empezamos el día. Reinaba la vergüenza. ¡Preguntar! ¡Preguntar! – les dijo entusiasmado – pregúntenles y no los calificaré. Me pueden decir y preguntar cualquier cosa. Una mano tímida se alzó desde abajo. Rápidamente dije: di! ¡Dime!
– Maestro, cuando eras pequeño…
Al escuchar eso sentí un dolor punzante en el pecho. Dos puñaladas hubiesen dolido menos. Ni me acuerdo qué quería preguntar María Daniela. El nombre de ella no lo olvido. Pero su pregunta se difuminó con ese: 'cuando usted era joven' Quería era decirle: mira muchachita ¿Cómo es la lavativa? ¿Tú me estás diciendo vieja? ¿a ti no te enseñaron que a la visita no se le insulta? Respiré profundo y mal respondí a la pregunta mientras sentía las piernas flaquear ante ese tremendo golpe.
Luego se alzó otra mano, esta vez menos tímida. Yo: Sí, digamos – maestra, este es un poema de amor. ¿Escribiste esto cuando te enamoraste?
Sentí, de nuevo, la herida de arma blanca, pero por detrás. ¡Está yendo! ¡Está yendo! ¡Está yendo! ¿Soy tan viejo que no puedo enamorarme? Recuerdo que una vez me dijeron que el amor era para los jóvenes bonitos. Y estos muchachos ya me habían dejado claro que ningún jovencito, no. Por supuesto, no me fue muy bien cuando me enamoré. Tenía malos presentimientos y me dieron un lindo cuerno en el camino, pero igual pude enamorarme. Solo pensé: Dios mío, ¿por qué les dije que no los iba a evaluar? Si creyeran que les iba a dar una calificación, se medirían por sus palabras. Y le dije a Jelling: – Carajo, niña, ¿me invitaste para que esa gente me insulte? ¿Por qué me llaman viejo? Hubiera sido mejor si hubiera estado en una oficina tranquila.
Y cuando estaba a punto de explotar y decirle sus cuatro vainas a los muchachos que no se dieron cuenta de la magnitud del efecto que sus palabras tuvieron sobre mí; Recuerdo, hace unos meses, en la presentación de un proyecto de maestría en literatura, donde Geling y yo hicimos el juramento, ante nuestras declaraciones, el profesor dijo: Esto lo sé por sentido común. Porque pasó hace 30 años y yo solo tengo 25 años. Es decir, yo no nací. Y nos miramos a la cara y dijimos; Hace 25 años estábamos en la universidad, haciendo estudios de posgrado. Y ni siquiera en primer semestre pero bueno en grado. No les dije nada. Reflexiono, pienso y recapacito. Y escribí este artículo para dejar claro que soy joven. Si yo Simplemente no lo notas porque salvé mi juventud.
¡Falta de simpatía!